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5 octubre 2010 2 05 /10 /octubre /2010 07:45

PERDAMOS EL TEMOR A USAR LA PALABRA ALUMNO

La promulgación en Colombia de la ley general de educación (ley 115 de 1994) despertó  interés en el ámbito educativo nacional. Este movimiento generó cambios en la forma  de ejecutar el proceso de enseñanza-aprendizaje. La propuesta  de la educación basada en logros trajo consigo cambios en la manera de evaluar el desempeño de los alumnos; por otra parte convirtió a los maestros en verdaderos magos de la casuística educativa a la hora de elaborar juicios con los que pretendían abarcar todo el sin número de posibilidades de respuestas  académicas y actitudinales de los   alumnos.

El ambiente traído por la norma fue una oportunidad para propiciar los más duros golpes a la forma magistral de enseñanza y de paso lograr la desmitificación del docente magistral en lo referente al conocimiento.

A partir de 1994 los defensores de una educación más contextualizada y ajustada a la realidad del que aprende, llegaron casi a negar que el acto de aprender de una manera formalizada, exigiera la propuesta de un  cuerpo de conocimientos dispuestos de manera orgánica para poder ser aprendidos.

Hablar de proceso de aprendizaje a secas ha sido uno de los mitos recientes de la educación en  nuestro medio, al alumno no se le enseña, el alumno aprende y se dio inicio al bum del APRENDER A APRENDER y frente a esto  glosando a San pablo diríamos: “y cómo aprenderán si no hay quien les enseñe?”. En estas circunstancias el profesor magistral cedió el estrado al docente facilitador del proceso.

La sabiduría popular reza: “Ni tan cerca que queme al santo ni tan lejos que no lo alumbre”. Los defensores a ultranza  de esta vertiente moderna de la educación parecen haber olvidado que en pedagogía el sincretismo metodológico es lo real. La pureza metodológica limita los resultados y las posibilidades de aquellos que aprenden. El pensar de esta manera  convierte su propuesta en un sistema tanto o más opresor que el que pretenden remplazar.

Razón tuvo Mafalda cuando dijo: “El problema no es romper las estructuras, sino, saber que vamos a hacer con los pedazos. En el afán por demostrar que el aprendizaje se puede alcanzar simplemente con la labor mínimamente mediadora del docente se empecinaron en desmontar el papel protagónico del proceso de enseñanza-aprendizaje y de paso iniciaron  la campaña  de desprestigio de la imagen  del docente magistral, proponiendo a su vez el cambio de nombre de los actores naturales del proceso: MAESTRO=FACILITADOR DEL PROCESO o SIMPLEMENTE  FACILITADOR,   ALUMNO=DISCENTE, ESTUDIANTE y en algunos casos los más extremistas APRENDIENTES. Nombres que si bien tienen carga semántica  igual resultan exóticos para la tradición. Los innovadores nunca tuvieron en cuenta la palabra discípulo, más acertada para expresar  lo que ellos plantean como argumento para no usar alumno, tal vez por el compromiso que  ésta entraña para quien dirige. El ser discípulos implica la existencia de un maestro.

 Si la palabra acertada para designar a quienes comparten una de las orillas del  proceso de enseñanza aprendizaje no es alumno, la más acertada para designar al orientador del proceso sería profesor: del latín Pro=por delante, a la vista y fateri=reconocer, admitir.  Palabra que muchos de los que son renuentes a usar alumno no quieren para sí.

Así las cosas tal parece que esta furia, casi de iconoclastas, con sus justificaciones, en su afán demoledor arremetieron contra la palabra alumno; que según una propuesta etimológica de los innovadores significa “SIN LUZ” y por tal motivo en el ambiente educativo no debería  usarse porque constituye, según su decir, una afrenta a quienes aprenden de manera formal en un centro educativo. Hacen provenir la palabra de A Lumen= sin luz  (la alfa privativa es propia del griego, el latín usa la partícula IN para negar. La palabra Lumen en cuestión significa en latín: alumbre, como mineral, la piedra que usaron durante mucho tiempo los abuelos para  purificar el agua. La luz “que alumbra” en latín es lux-lucis)

 Debe quedar claro que ni los sofistas históricamente se refirieron a sus discípulos en este sentido y ellos que sí eran celosos de su conocimiento.  Esta versión espuria del origen de la palabra ha sido difundida por asesores del ministerio de educación como Jorge Villamil y por connotados docentes investigadores como Carlos Cajamarca entre otros.

En medio de todo ésta ola de cambios  resultan favorables situaciones como ésta pues, dan la posibilidad de consultar y debatir en la academia, quienes sientan cátedra en este tópico deben tener claro que el argumento de autoridad sigue vigente  sea para demostrar lo acertado de su saber o para difundir imprecisiones, como en este caso, mediante conferencias, seminarios y estudios de posgrado en educación.

La palabras estudiante si bien desde el punto de vista del aprendizaje tiene sentido está  desprovista del mismo desde el punto de vista afectivo. Si en el proceso de enseñanza aprendizaje la relación es estudiante-profesor esta resulta fría y el profesor no tendría, en un determinado momento, razones para exigir atención por parte del estudiante ya que nadie está moralmente obligado a aceptar o a escuchar las cosas que otro sabe o cree como sería en este caso. Podría el estudiante argumentar que no es de su interés lo que el profesor está informando. Y sería una actitud científica del estudioso y por consiguiente respetable ya que nadie investiga o se esfuerza por lo que no lo motiva.

 Estudiante marca territorio, establece toma de distancia entre los actores de proceso y es posible que al mirar al que aprende como estudiante y no como alumno tenga gran incidencia en la forma de evaluar la adquisición del conocimiento. Así como un padre se preocupa cuando el hijo presenta dificultades para recibir los alimentos  y se busca estrategias para lograr que los ingiera, el maestro lo hace con el alumno. Con el estudiante  la salida suele ser: ese es su problema si aprende o no, le califico lo que presenta o deja de presentar. Como afirmaba un viejo profesor ante la actitud despreocupada de alguno de  sus estudiantes: “No atienda… a mí me da lo mismo, porque si es médico le pago la consulta y si es carretillero le pago el viaje”.

El trato prodigado a una persona está en gran parte determinado por el concepto que de ella se tiene y seguramente este caso de la educación no constituye la excepción.

 Estudiante puede ser  cualquiera que desde el punto de vista autodidáctico emprende la tarea de conocer por propia iniciativa sobre un tema determinado, sin necesidad de orientadores y si los tiene los escoge por determinación propia o por conveniencia.  El investigador es tal vez la forma más decantada del estudiante (investigación de la expresión latina: IN VESTIGIO IRE). Ojalá en nuestros centros educativos encontráramos estudiantes en el verdadero sentido del término. (Lat: studere = esforzarse en el desarrollo de una actividad). Es en ese sentido en que lo aplica Tomás de Aquino en la edad media para referirse a quienes con ahínco se preocupan por la búsqueda del conocimiento.

Por otra parte la palabra estudiante nos ubicaría en la órbita de la especialización en un área determinada del conocimiento y como no tiene al maestro como conditio sine quanon ningún sentido tendría en educación hablar de formación integral en las instituciones educativas si están pobladas de estudiantes.

Alumno, que es el término con el cual deberíamos designar a quienes han sido encomendados por la sociedad bajo nuestra tutela para contribuir con ellos en la estructuración integral de su ser, proviene  “Del latín “alumnus”, de raíz indoeuropea *al- “crecer, alimentar”, emparentado con el verbo “alere”-”alimentar”, “alimentum”-”alimento” y con el adjetivo “altus”-”alto, profundo”. En demás lenguas indoeuropeas está conectado con el irlandés  antiguo “alim”-” (yo) alimento”, lit. “almus”-”nutritivo”, o en el germano occidental “althas”-”crecido, adulto”, de donde deriva en alemán moderno “alt” o el inglés “old”“viejo”.
El segundo componente “-mnus” proviene de la forma arcaica medio pasiva del latín emparentada con  la terminación griega participial “-όμενος” (“ómenos”) y de origen indoeuropeo *-m - no-. “Alumnus” significaría entonces originariamente “niño acogido/cuidado/alimentado” para aquellos de muy corta edad. Más adelante obtuvo su significado actual de “pupilo”, tal vez figurativamente de “niño alimentado intelectualmente”. El femenino alumna significa en latín la que se cuida como a una hija, nodriza.

Los maestros siempre han hecho referencia a los alumnos como a sus hijos y los alumnos han visto tradicionalmente a los maestros como a sus segundos padres y es que en verdad todo lo que propone la etimología de alumno apunta a eso.

“Como maestro no considerarás a los discípulos como simples asociados al estudio de números y letras sino,  verdaderos hijos del corazón” (Emmanuel).

 Si bien es cierto que las nuevas tendencias en educación apuntan a la independencia del que aprende y por ello propenden por el uso de la palabra estudiante;   esto no faculta para estigmatizar un término tan cargado de significado pedagógico (Gr. páis, paidós=niño y goguein=conducir) pues ningún padre en pleno uso de la sana autonomía de la que está investido trataría de educar a sus hijos para mantenerlos a su lado, y lo que resultaría equivocado, sometidos a sus dictados.

Por otra parte las propuestas de la sicología aplicada a la educación apuntan hoy a incentivar el lado afectivo de la misma, una razón más para promover el uso de la palabra ALUMNO en el desarrollo del proceso de enseñanza aprendizaje.

 

Lic. Enrique Rafael Guzmán Valdelamar.

 

Referencias:

·        Pbro. Juan Pedro De Andrea. Diccionario Manual Latino-Castellano-Castellano-Latino. Ed. SOPENA Argentina S.R.L. Esmeralda Buenos Aires. 1954.

·        Etimologíawordpress.com.



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